CUENTOS
Caperucita roja
Érase
una vez una preciosa niña que siempre llevaba una capa roja con capucha
para protegerse del frío. Por eso, todo el mundo la llamaba Caperucita
Roja.
Caperucita vivía en una casita cerca del bosque. Un día, la mamá de Caperucita le dijo:
–
Hija mía, tu abuelita está enferma. He preparado una cestita con tortas
y un tarrito de miel para que se la lleves ¡Ya verás qué contenta se
pone!
– ¡Estupendo, mamá! Yo también tengo muchas ganas de ir a visitarla – dijo Caperucita saltando de alegría.
Cuando Caperucita se disponía a salir de casa, su mamá, con gesto un poco serio, le hizo una advertencia:
–
Ten mucho cuidado, cariño. No te entretengas con nada y no hables con
extraños. Sabes que en el bosque vive el lobo y es muy peligroso. Si ves
que aparece, sigue tu camino sin detenerte.
– No te preocupes, mamita – dijo la niña- Tendré en cuenta todo lo que me dices.
– Está bien – contestó la mamá, confiada – Dame un besito y no tardes en regresar.
– Así lo haré, mamá – afirmó de nuevo Caperucita diciendo adiós con su manita mientras se alejaba.
Cuando
llegó al bosque, la pequeña comenzó a distraerse contemplando los
pajaritos y recogiendo flores. No se dio cuenta de que alguien la
observaba detrás de un viejo y frondoso árbol. De repente, oyó una voz
dulce y zalamera.
– ¿A dónde vas, Caperucita?
La niña, dando un respingo, se giró y vio que quien le hablaba era un enorme lobo.
–
Voy a casa de mi abuelita, al otro lado del bosque. Está enferma y le
llevo una deliciosa merienda y unas flores para alegrarle el día.
–
¡Oh, eso es estupendo! – dijo el astuto lobo – Yo también vivo por
allí. Te echo una carrera a ver quién llega antes. Cada uno iremos por
un camino diferente ¿te parece bien?
La
inocente niña pensó que era una idea divertida y asintió con la cabeza.
No sabía que el lobo había elegido el camino más corto para llegar
primero a su destino. Cuando el animal llegó a casa de la abuela, llamó
a la puerta.
– ¿Quién es? – gritó la mujer.
– Soy yo, abuelita, tu querida nieta Caperucita. Ábreme la puerta – dijo el lobo imitando la voz de la niña.
– Pasa, querida mía. La puerta está abierta – contestó la abuela.
El
malvado lobo entró en la casa y sin pensárselo dos veces, saltó sobre
la cama y se comió a la anciana. Después, se puso su camisón y su
gorrito de dormir y se metió entre las sábanas esperando a que llegara
la niña. Al rato, se oyeron unos golpes.
– ¿Quién llama? – dijo el lobo forzando la voz como si fuera la abuelita.
– Soy yo, Caperucita. Vengo a hacerte una visita y a traerte unos ricos dulces para merendar.
– Pasa, querida, estoy deseando abrazarte – dijo el lobo malvado relamiéndose.
La
habitación estaba en penumbra. Cuando se acercó a la cama, a Caperucita
le pareció que su abuela estaba muy cambiada. Extrañada, le dijo:
– Abuelita, abuelita ¡qué ojos tan grandes tienes!
– Son para verte mejor, preciosa mía – contestó el lobo, suavizando la voz.
– Abuelita, abuelita ¡qué orejas tan grandes tienes!
– Son para oírte mejor, querida.
– Pero… abuelita, abuelita ¡qué boca tan grande tienes!
– ¡Es para comerte mejor! – gritó el lobo dando un enorme salto y comiéndose a la niña de un bocado.
Con
la barriga llena después de tanta comida, al lobo le entró sueño. Salió
de la casa, se tumbó en el jardín y cayó profundamente dormido. El
fuerte sonido de sus ronquidos llamó la atención de un cazador que
pasaba por allí. El hombre se acercó y vio que el animal tenía la panza
muy hinchada, demasiado para ser un lobo. Sospechando que pasaba algo
extraño, cogió un cuchillo y le rajó la tripa ¡Se llevó una gran
sorpresa cuando vio que de ella salieron sanas y salvas la abuela y la
niña!
Después de liberarlas, el
cazador cosió la barriga del lobo y esperaron un rato a que el animal se
despertara. Cuando por fin abrió los ojos, vio como los tres le
rodeaban y escuchó la profunda y amenazante voz del cazador que le
gritaba enfurecido:
– ¡Lárgate, lobo malvado! ¡No te queremos en este bosque! ¡Como vuelva a verte por aquí, no volverás a contarlo!
El lobo, aterrado, puso pies en polvorosa y salió despavorido.
Caperucita
y su abuelita, con lágrimas cayendo sobre sus mejillas, se abrazaron.
El susto había pasado y la niña había aprendido una importante lección:
nunca más desobedecería a su mamá ni se fiaría de extraños.
El gato con botas
Érase
una vez un molinero que tenía tres hijos. El hombre era muy pobre y
casi no tenía bienes para dejarles en herencia. Al hijo mayor le legó su
viejo molino, al mediano un asno y al pequeño, un gato.
El menor de los chicos se lamentaba ante sus hermanos por lo poco que le había correspondido.
Vosotros habéis
tenido más suerte que yo. El molino muele trigo para hacer panes y
tortas y el asno ayuda en las faenas del campo, pero ¿qué puedo hacer yo
con un simple gato?
El gato escuchó las quejas de su nuevo amo y acercándose a él le dijo:
–
No te equivoques conmigo. Creo que puedo serte más útil de lo que
piensas y muy pronto te lo demostraré. Dame una bolsa, un abrigo
elegante y unas botas de mi talla, que yo me encargo de todo.
El
joven le regaló lo que le pedía porque al fin y al cabo no era mucho y
el gato puso en marcha su plan. Como todo minino que se precie, era muy
hábil cazando y no le costó mucho esfuerzo atrapar un par de conejos que
metió en el saquito. El abrigo nuevo y las botas de terciopelo le
proporcionaban un porte distinguido, así que muy seguro de sí mismo se
dirigió al palacio real y consiguió ser recibido por el rey.
– Majestad, mi amo el Marqués de Carabás le envía estos conejos – mintió el gato.
– ¡Oh, muchas gracias! – respondió el monarca – Dile a tu dueño que le agradezco mucho este obsequio.
El
gato regresó a casa satisfecho y partir de entonces, cada semana acudió
al palacio a entregarle presentes al rey de parte del supuesto Marqués
de Carabás. Le llevaba un saco de patatas, unas suculentas perdices,
flores para embellecer los lujosos salones reales… El rey se sentía
halagado con tantas atenciones e intrigado por saber quién era ese
Marqués de Carabás que tantos regalos le enviaba mediante su espabilado
gato.
Un día, estando el gato con su amo en el bosque, vio que la carroza real pasaba por el camino que bordeaba el río.
– ¡Rápido, rápido! – le dijo el gato al joven – ¡Quítate la ropa, tírate al agua y finge que no sabes nadar y te estás ahogando!
El
hijo del molinero no entendía nada pero pensó que no tenía nada que
perder y se lanzó al río ¡El agua estaba helada! Mientras tanto, el
astuto gato escondió las prendas del chico y cuando la carroza estuvo lo
suficientemente cerca, comenzó a gritar.
– ¡Socorro! ¡Socorro! ¡Mi amo el Marqués de Carabás no sabe nadar! ¡Ayúdenme!
El
rey mandó parar al cochero y sus criados rescataron al muchacho ¡Era lo
menos que podía hacer por ese hombre tan detallista que le había
colmado de regalos!
Cuando estuvo a salvo, el gato mintió de nuevo.
– ¡Sus ropas no están! ¡Con toda esta confusión han debido de robarlas unos ladrones!
–
No te preocupes – dijo el rey al gato – Le cubriremos con una manta
para que no pase frío y ahora mismo envío a mis criados a por ropa digna
de un caballero como él.
Dicho y
hecho. Los criados le trajeron elegantes prendas de seda y unos cómodos
zapatos de piel que al hijo del molinero le hicieron sentirse como un
verdadero señor. El gato, con voz pomposa, habló con seguridad una vez
más.
– Mi amo y
yo quisiéramos agradecerles todo lo que acaban de hacer por nosotros.
Por favor, vengan a conocer nuestras tierras y nuestro hogar.
–
Será un placer. Mi hija nos acompañará – afirmó el rey señalando a una
preciosa muchacha que asomaba su cabeza de rubia cabellera por la
ventana de la carroza.
El falso
Marqués de Carabás se giró para mirarla. Como era de esperar, se quedó
prendado de ella en cuanto la vio, clavando su mirada sobre sus bellos
ojos verdes. La joven, ruborizada, le correspondió con una dulce
sonrisa que mostraba unos dientes tan blancos como perlas marinas.
–
Si le parece bien, mi amo irá con ustedes en el carruaje. Mientras, yo
me adelantaré para comprobar que todo esté en orden en nuestras
propiedades.
El amo subió a la
carroza de manera obediente, dejándose llevar por la inventiva del gato.
Mientras, éste echó a correr y llegó a unas ricas y extensas tierras
que evidentemente no eran de su dueño, sino de un ogro que vivía en la
comarca. Por allí se encontró a unos cuantos campesinos que labraban la
tierra. Con cara seria y gesto autoritario les dijo:
–
Cuando veáis al rey tenéis que decirle que estos terrenos son del
Marqués de Carabás ¿entendido? A cambio os daré una recompensa.
Los
campesinos aceptaron y cuando pasó el rey por allí y les preguntó a
quién pertenecían esos campos tan bien cuidados, le dijeron que eran de
su buen amo el Marqués de Carabás.
El
gato, mientras tanto, ya había llegado al castillo. Tenía que conseguir
que el ogro desapareciera para que su amo pudiera quedarse como dueño y
señor de todo. Llamó a la puerta y se presentó como un viajero de paso
que venía a presentarle sus respetos. Se sorprendió de que, a pesar de
ser un ogro, tuviera un castillo tan elegante.
–
Señor ogro – le dijo el gato – Es conocido en todo el reino que usted
tiene poderes. Me han contado que posee la habilidad de convertirse en
lo que quiera.
– Has oído bien – contestó el gigante – Ahora verás de lo que soy capaz.
Y como por arte de magia, el ogro se convirtió en un león. El gato se hizo el sorprendido y aplaudió para halagarle.
–
¡Increíble! ¡Nunca había visto nada igual! Me pregunto si es capaz de
convertirse usted en un animal pequeño, por ejemplo, un ratoncito.
–
¿Acaso dudas de mis poderes? ¡Observa con atención! – Y el ogro,
orgulloso de mostrarle todo lo que podía hacer, se transformó en un
ratón.
¡Sí! ¡Lo había conseguido! El
ogro ya era una presa fácil para él. De un salto se abalanzó sobre el
animalillo y se lo zampó sin que al pobre le diera tiempo ni a
pestañear.
Como había planeado, ya no
había ogro y el castillo se había quedado sin dueño, así que cuando
llamaron a la puerta, el gato salió a recibir a su amo, al rey y a la
princesa.
– Sea
bienvenido a su casa, señor Marqués de Carabás. Es un honor para
nosotros tener aquí a su alteza y a su hermosa hija. Pasen al salón de
invitados. La cena está servida – exclamó solemnemente el gato al tiempo
que hacía una reverencia.
Todos
entraron y disfrutaron de una maravillosa velada a la luz de las velas.
Al término, el rey, impresionado por lo educado que era el Marqués de
Carabás y deslumbrado por todas sus riquezas y posesiones, dio su
consentimiento para que se casara con la princesa.
Y
así es como termina la historia del hijo del molinero, que alcanzó la
dicha más completa gracias a un simple pero ingenioso gato que en
herencia le dejó su padre.
El patito feo
Era
una preciosa mañana de verano en el estanque. Todos los animales que
allí vivían se sentían felices bajo el cálido sol, en especial una pata
que de un momento a otro, esperaba que sus patitos vinieran al mundo.
–
¡Hace un día maravilloso! – pensaba la pata mientras reposaba sobre los
huevos para darles calor – Sería ideal que hoy nacieran mis hijitos.
Estoy deseando verlos porque seguro que serán los más bonitos del mundo.
Y parece que se cumplieron sus deseos,
porque a media tarde, cuando todo el campo estaba en silencio, se
oyeron unos crujidos que despertaron a la futura madre.
¡Sí,
había llegado la hora! Los cascarones comenzaron a romperse y muy
despacio, fueron asomando una a una las cabecitas de los pollitos.
– ¡Pero qué preciosos sois, hijos míos! – exclamó la orgullosa madre – Así de lindos os había imaginado.
Sólo
faltaba un pollito por salir. Se ve que no era tan hábil y le costaba
romper el cascarón con su pequeño pico. Al final también él consiguió
estirar el cuello y asomar su enorme cabeza fuera del cascarón.
– ¡Mami, mami! – dijo el extraño pollito con voz chillona.
¡La
pata, cuando le vio, se quedó espantada! No era un patito amarillo y
regordete como los demás, sino un pato grande, gordo y negro que no se
parecía nada a sus hermanos.
– ¿Mami?… ¡Tú no puedes ser mi hijo! ¿De dónde habrá salido una cosa tan fea? – le increpó – ¡Vete de aquí, impostor!
Y el pobre patito, con la cabeza gacha, se alejó del estanque mientras de fondo oía las risas de sus hermanos, burlándose de él.
Durante
días, el patito feo deambuló de un lado para otro sin saber a dónde ir.
Todos los animales con los que se iba encontrando le rechazaban y nadie
quería ser su amigo.
Un día llegó a
una granja y se encontró con una mujer que estaba barriendo el establo.
El patito pensó que allí podría encontrar cobijo, aunque fuera durante
una temporada.
– Señora – dijo con voz trémula- ¿Sería posible quedarme aquí unos días? Necesito comida y un techo bajo el que vivir.
La
mujer le miró de reojo y aceptó, así que durante un tiempo, al pequeño
pato no le faltó de nada. A decir verdad, siempre tenía mucha comida a
su disposición. Todo parecía ir sobre ruedas hasta que un día, escuchó a
la mujer decirle a su marido:
– ¿Has visto cómo ha engordado ese pato? Ya está bastante grande y lustroso ¡Creo que ha llegado la hora de que nos lo comamos!
El
patito se llevó tal susto que salió corriendo, atravesó el cercado de
madera y se alejó de la granja. Durante quince días y quince noches vagó
por el campo y comió lo poco que pudo encontrar. Ya no sabía qué hacer
ni a donde dirigirse. Nadie le quería y se sentía muy desdichado.
¡Pero
un día su suerte cambió! Llegó por casualidad a una laguna de aguas
cristalinas y allí, deslizándose sobre la superficie, vio una familia de
preciosos cisnes. Unos eran blancos, otros negros, pero todos esbeltos y
majestuosos. Nunca había visto animales tan bellos. Un poco
avergonzado, alzó la voz y les dijo:
– ¡Hola! ¿Puedo darme un chapuzón en vuestra laguna? Llevo días caminando y necesito refrescarme un poco.
-¡Claro que sí! Aquí eres bienvenido ¡Eres uno de los nuestros! – dijo uno que parecía ser el más anciano.
– ¿Uno de los vuestros? No entiendo…
–
Sí, uno de los nuestros ¿Acaso no conoces tu propio aspecto? Agáchate y
mírate en el agua. Hoy está tan limpia que parece un espejo.
Y
así hizo el patito. Se inclinó sobre la orilla y… ¡No se lo podía
creer! Lo que vio le dejó boquiabierto. Ya no era un pato gordo y chato,
sino que en los últimos días se había transformado en un hermoso cisne
negro de largo cuello y bello plumaje.
¡Su
corazón saltaba de alegría! Nunca había vivido un momento tan mágico.
Comprendió que nunca había sido un patito feo, sino que había nacido
cisne y ahora lucía en todo su esplendor.
– Únete a nosotros – le invitaron sus nuevos amigos – A partir de ahora, te cuidaremos y serás uno más de nuestro clan.
Y feliz, muy feliz, el pato que era cisne, se metió en la laguna y compartió el paseo con aquellos que le querían de verdad.
Juan sin miedo
Érase
una vez un hombre que tenía dos hijos totalmente distintos. Pedro, el
mayor, era un chico listo y responsable, pero muy miedoso. En cambio su
hermano pequeño, Juan, jamás tenía miedo a nada, así que en la comarca
todos le llamaba Juan sin miedo.
A
Juan no le daban miedo las tormentas, ni los ruidos extraños, ni
escuchar cuentos de monstruos en la cama. El miedo no existía para él. A
medida que iba creciendo, cada vez tenía más curiosidad sobre qué era
sentir miedo porque él nunca había tenido esa sensación.
Un
día le dijo a su familia que se iba una temporada para ver si conseguía
descubrir lo que era el miedo. Sus padres intentaron impedírselo, pero
fue imposible. Juan era muy cabezota y estaba decidido a lanzarse a la
aventura.
Metió algunos alimentos y
algo de ropa en una mochila y echó a andar. Durante días recorrió
diferentes lugares, comió lo que pudo y durmió a la intemperie, pero no
hubo nada que le produjera miedo.
Una
mañana llegó a la capital del reino y vagó por sus calles hasta llegar a
la plaza principal, donde colgaba un enorme cartel firmado por el rey
que decía:
“Se hace saber que al
valiente caballero que sea capaz de pasar tres días y tres noches en el
castillo encantado, se le concederá la mano de mi hija, la princesa
Esmeralda”
Juan sin miedo pensó
que era una oportunidad ideal para él. Sin pensárselo dos veces, se fue
al palacio real y pidió ser recibido por el mismísimo rey en persona.
Cuando estuvo frente a él, le dijo:
– Señor, si a usted le parece bien, yo estoy decidido a pasar tres días en ese castillo. No le tengo miedo a nada.
–
Sin duda eres valiente, jovenzuelo. Pero te advierto que muchos lo han
intentado y hasta ahora, ninguno lo ha conseguido – exclamó el monarca.
– ¡Yo pasaré la prueba! – dijo Juan sin miedo sonriendo.
Juan
sin miedo, escoltado por los soldados del rey, se dirigió al tenebroso
castillo que estaba en lo alto de una montaña escarpada. Hacía años que
nadie lo habitaba y su aspecto era realmente lúgubre.
Cuando
entró, todo estaba sucio y oscuro. Pasó a una de las habitaciones y con
unos tablones que había por allí, encendió una hoguera para calentarse.
Enseguida, se quedó dormido.
Al cabo de un rato, le despertó el sonido de unas cadenas ¡En el castillo había un fantasma!
– ¡Buhhhh, Buhhhh! – escuchó Juan sobre su cabeza – ¡Buhhhh!
–
¿Cómo te atreves a despertarme?- gritó Juan enfrentándose a él. Cogió
unas tijeras y comenzó a rasgar la sábana del espectro, que huyó por el
interior de la chimenea hasta desaparecer en la oscuridad de la noche.
Al
día siguiente, el rey se pasó por el castillo para comprobar que Juan
sin miedo estaba bien. Para su sorpresa, había superado la primera noche
encerrado y estaba decidido a quedarse y afrontar el segundo día. Tras
unas horas recorriendo el castillo, llegó la oscuridad y por fin, la
hora de dormir. Como el día anterior, Juan sin miedo encendió una
hoguera para estar calentito y en unos segundos comenzó a roncar.
De
repente, un extraño silbido como de lechuza le despertó. Abrió los ojos
y vio una bruja vieja y fea que daba vueltas y vueltas a toda velocidad
subida a una escoba. Lejos de acobardarse, Juan sin miedo se enfrentó a
ella.
– ¿Qué
pretendes, bruja? ¿Acaso quieres echarme de aquí? ¡Pues no lo
conseguirás! – bramó. Dio un salto, agarró el palo de la escoba y empezó
a sacudirlo con tanta fuerza que la bruja salió disparada por la
ventana.
Cuando amaneció, el rey pasó
por allí de nuevo para comprobar que todo estaba en orden. Se encontró a
Juan sin miedo tomado un cuenco de leche y un pedazo de pan duro
relajadamente frente a la ventana.
– Eres un joven valiente y decidido. Hoy será la tercera noche. Ya veremos si eres capaz de aguantarla.
– Descuide, majestad ¡Ya sabe usted que yo no le temo a nada!
Tras
otro día en el castillo bastante aburrido para Juan sin miedo, llegó la
noche. Hizo como de costumbre una hoguera para calentarse y se tumbó a
descansar. No había pasado demasiado tiempo cuando una ráfaga de aire
caliente le despertó. Abrió los ojos y frente a él vio un temible dragón
que lanzaba llamaradas por su enorme boca. Juan sin miedo se levantó y
le lanzó una silla a la cabeza. El dragón aulló de forma lastimera y
salió corriendo por donde había venido.
– ¡Qué pesadas estas criaturas de la noche! – pensó Juan sin miedo- No me dejan dormir en paz, con lo cansado que estoy.
Pasados
los tres días con sus tres noches, el rey fue a comprobar que Juan
seguía sano y salvo en el castillo. Cuando le vio tan tranquilo y sin un
solo rasguño, le invitó a su palacio y le presentó a su preciosa hija.
Esmeralda, cuando le vio, alabó su valentía y aceptó casarse con él.
Juan se sintió feliz, aunque en el fondo, estaba un poco decepcionado.
–
Majestad, le agradezco la oportunidad que me ha dado y sé que seré muy
feliz con su hija, pero no he conseguido sentir ni pizca de miedo.
Una
semana después, Juan y Esmeralda se casaron. La princesa sabía que su
marido seguía con el anhelo de llegar a sentir miedo, así que una
mañana, mientras dormía, derramó una jarra de agua helada sobre su
cabeza. Juan pegó un alarido y se llevó un enorme susto.
– ¡Por fin conoces el miedo, querido! – dijo ella riendo a carcajadas.
–
Si – dijo todavía temblando el pobre Juan- ¡Me he asustado de verdad!
¡Al fin he sentido el miedo! ¡Ja ja ja! Pero no digas nada a nadie….
¡Será nuestro secreto!
La princesa Esmeralda jamás lo contó, así que el valeroso muchacho siguió siendo conocido en todo el reino como Juan sin miedo.
Los tres cerditos
Había una vez tres cerditos que vivían al aire libre cerca del bosque. A menudo se sentían inquietos porque por allí solía pasar un lobo malvado y peligroso que amenazaba con comérselos.
Un día se pusieron de acuerdo en que lo más prudente era que cada uno construyera una casa para estar más protegidos
El cerdito más pequeño, que era muy
vago, decidió que su casa sería de paja. Durante unas horas se dedicó a
apilar cañitas secas y en un santiamén, construyó su nuevo hogar.
Satisfecho, se fue a jugar.
– ¡Ya no le temo al lobo feroz! – le dijo a sus hermanos.
El
cerdito mediano era un poco más decidido que el pequeño pero tampoco
tenía muchas ganas de trabajar. Pensó que una casa de madera sería
suficiente para estar seguro, así que se internó en el bosque y acarreó
todos los troncos que pudo para construir las paredes y el techo. En un
par de días la había terminado y muy contento, se fue a charlar con
otros animales.
– ¡Qué bien! Yo tampoco le temo ya al lobo feroz – comentó a todos aquellos con los que se iba encontrando.
El
mayor de los hermanos, en cambio, era sensato y tenía muy buenas ideas.
Quería hacer una casa confortable pero sobre todo indestructible, así
que fue a la ciudad, compró ladrillos y cemento, y comenzó a construir
su nueva vivienda. Día tras día, el cerdito se afanó en hacer la mejor
casa posible.
Sus hermanos no entendían para qué se tomaba tantas molestias.
–
¡Mira a nuestro hermano! – le decía el cerdito pequeño al mediano – Se
pasa el día trabajando en vez de venir a jugar con nosotros.
–
Pues sí ¡vaya tontería! No sé para qué trabaja tanto pudiendo hacerla
en un periquete… Nuestras casas han quedado fenomenal y son tan válidas
como la suya.
El cerdito mayor, les escuchó.
– Bueno, cuando venga el lobo veremos quién ha sido el más responsable y listo de los tres – les dijo a modo de advertencia.
Tardó
varias semanas y le resultó un trabajo agotador, pero sin duda el
esfuerzo mereció la pena. Cuando la casa de ladrillo estuvo terminada,
el mayor de los hermanos se sintió orgulloso y se sentó a contemplarla
mientras tomaba una refrescante limonada.
– ¡Qué bien ha quedado mi casa! Ni un huracán podrá con ella.
Cada
cerdito se fue a vivir a su propio hogar. Todo parecía tranquilo hasta
que una mañana, el más pequeño que estaba jugando en un charco de barro,
vio aparecer entre los arbustos al temible lobo. El pobre cochino
empezó a correr y se refugió en su recién estrenada casita de paja.
Cerró la puerta y respiró aliviado. Pero desde dentro oyó que el lobo
gritaba:
– ¡Soplaré y soplaré y la casa derribaré!
Y
tal como lo dijo, comenzó a soplar y la casita de paja se desmoronó. El
cerdito, aterrorizado, salió corriendo hacia casa de su hermano mediano
y ambos se refugiaron allí. Pero el lobo apareció al cabo de unos
segundos y gritó:
– ¡Soplaré y soplaré y la casa derribaré!
Sopló
tan fuerte que la estructura de madera empezó a moverse y al final
todos los troncos que formaban la casa se cayeron y comenzaron a rodar
ladera abajo. Los hermanos, desesperados, huyeron a gran velocidad y
llamaron a la puerta de su hermano mayor, quien les abrió y les hizo
pasar, cerrando la puerta con llave.
– Tranquilos, chicos, aquí estaréis bien. El lobo no podrá destrozar mi casa.
El
temible lobo llegó y por más que sopló, no pudo mover ni un solo
ladrillo de las paredes ¡Era una casa muy resistente! Aun así, no se dio
por vencido y buscó un hueco por el que poder entrar.
En
la parte trasera de la casa había un árbol centenario. El lobo subió
por él y de un salto, se plantó en el tejado y de ahí brincó hasta la
chimenea. Se deslizó por ella para entrar en la casa pero cayó sobre una
enorme olla de caldo que se estaba calentado al fuego. La quemadura fue
tan grande que pegó un aullido desgarrador y salió disparado de nuevo
al tejado. Con el culo enrojecido, huyó para nunca más volver.
–
¿Veis lo que ha sucedido? – regañó el cerdito mayor a sus hermanos –
¡Os habéis salvado por los pelos de caer en las garras del lobo! Eso os
pasa por vagos e inconscientes. Hay que pensar las cosas antes de
hacerlas. Primero está la obligación y luego la diversión. Espero que
hayáis aprendido la lección.
¡Y desde
luego que lo hicieron! A partir de ese día se volvieron más
responsables, construyeron una casa de ladrillo y cemento como la de su
sabio hermano mayor y vivieron felices y tranquilos para siempre.
El campesino y el diablo
Érase
una vez un campesino famoso en el lugar por ser un chico muy listo y
ocurrente. Tan espabilado era que un día consiguió burlar a un diablo
¿Quieres conocer la historia?
Cuentan
por ahí que un día, mientras estaba labrando la tierra, el joven
campesino se encontró a un diablillo sentado encima de unas brasas.
El campesino y el diablo
Érase
una vez un campesino famoso en el lugar por ser un chico muy listo y
ocurrente. Tan espabilado era que un día consiguió burlar a un diablo
¿Quieres conocer la historia?
Cuentan
por ahí que un día, mientras estaba labrando la tierra, el joven
campesino se encontró a un diablillo sentado encima de unas brasas.
El rey Pico de Tordo
Érase
una vez un rey que tenía una hija tan bella como orgullosa. La princesa
ya tenía edad para casarse pero no encontraba el marido adecuado. Para
ella, todos los pretendientes tenían defectos o no eran lo
suficientemente importantes como para hacerles caso ¡Ninguno merecía su
amor!
Un día, su padre el rey, organizó una
fiesta en palacio por todo lo alto para que eligiera de una vez por
todas a su futuro esposo. Acudieron muchos jóvenes venidos de varios
reinos colindantes. Por supuesto, todos pertenecían a familias muy
importantes y gozaban de una educación exquisita. Distinguidos príncipes
y nobles formaron fila frente a la princesa que, de manera arrogante,
se paraba ante cada uno de ellos y sin ningún tipo de pudor, hacía un
comentario lleno de desprecio. A uno le llamó gordo grasiento, a otro
calvo como una pelota, a otro feo como un sapo… Cuando llegó al último
de la fila, pensó que su cara le recordaba a la de un pájaro.
Espantada, le dedicó otro de sus desagradables comentarios.
–
¡Tú tienes la barbilla torcida como la de un tordo! A partir de ahora,
te llamaremos Pico de Tordo – dijo la princesa echándose a reír.
Su
comportamiento avergonzó profundamente al rey, quien golpeando su
bastón de mando contra el suelo, sentenció con gran enfado:
–
¡Tú lo has querido, niña caprichosa e insolente! Te casarás con el
primer hombre soltero que se presente en las puertas de palacio ¡Así lo
ordeno y así será!
Y dicho esto, salió del gran salón dando un gran portazo y dejando a todos los invitados sin saber qué decir.
Al
cabo de tres días, llamaron al portón principal. Era un mendigo vestido
con harapos que, al parecer, se ganaba la vida pidiendo limosna. El rey
le mandó pasar y llamó a su hija.
– ¡Aquí tienes a tu futuro marido!
– ¡Pero padre…! Yo… ¡Yo no puedo casarme con este hombre andrajoso, sin clase ni educación!
– ¡Por supuesto que puedes! Tu conducta fue inadmisible y ahora debes asumir las consecuencias.
Esa
misma tarde, el mendigo y la princesa se casaron en la intimidad, con
el rey como único testigo. Tras la discreta ceremonia, la joven fue a
sus aposentos, cogió dos de los vestidos más sencillos que tenía y muy
disgustada salió de palacio de la mano de su esposo. Caminaron durante
horas hasta llegar al reino vecino. Cuando pasaron la frontera,
atravesaron grandes propiedades con hermosos jardines.
– ¡Qué belleza! ¿A quién pertenece todo esto? – preguntó la joven.
–
Todo lo que ves, hasta donde no alcanza la mirada, es de nuestro Rey y
de su hijo, un joven príncipe de gran corazón al que todos en este reino
queremos y admiramos.
– Caramba… Si le hubiera elegido como marido, ahora todo esto sería mío… – meditó la princesa con tristeza.
Era
noche cerrada cuando llegaron a casa. Su nuevo hogar se reducía a una
cabaña muy humilde, llena de rendijas por donde entraba el frío y sin
ningún tipo de comodidades. La princesa estaba desolada… ¡Qué sitio más
horrible!
Su marido le pidió que
encendiera el fuego, pero ella no sabía cómo hacerlo. Siempre había
tenido criados que hacían todas esas labores tan desagradables. Tampoco
sabía cocinar, ni limpiar, ni hacer la cama, que en este caso era un
mugriento colchón tirado en el suelo. El hombre, resignado, echó unos
troncos en la chimenea y enseguida entraron en calor.
A la mañana siguiente, el mendigo le dijo muy serio:
–
No tenemos nada para comer. Tendrás que trabajar para ganar algo de
dinero. Toma estas tiras de mimbre y haz unas cestas para venderlas en
el pueblo.
La princesa lo intentó,
pero al manejar las ramitas se hizo heridas en sus delicadas manos ¡Ella
no estaba hecha para esas tareas!
– Veo que es imposible… Probarás a tejer manteles de hilo, a ver si se te da mejor.
La joven puso interés, pero de nada sirvió. El hilo cortó sus dedos y de ellos salieron finísimos regueros de sangre.
–
¡Está bien, olvídate de eso! Mañana irás al pueblo a vender las ollas
de cerámica que yo mismo he fabricado ¡Es nuestra última oportunidad
para ganar unas monedas!
–
¿Yo? ¿Al mercado? ¡Eso es imposible! Soy una princesa y no puedo
sentarme allí como una pordiosera a vender baratijas ¡Si me reconocen
seré el hazmerreír de todo el mundo!
– Lo siento por ti, pero no queda más remedio. Si no, nos moriremos de hambre.
La
princesa se levantó al amanecer y con la pesada carga a la espalda
caminó hasta el pueblo. Eligió una esquina de la plaza del mercado y se
sentó sobre un sucio y deshilachado almohadón. A su alrededor puso todas
las ollas, cuencos y vasos de barro que tenía para vender.
De
repente, un hombre atravesó la plaza sobre un caballo galopante. El
animal parecía fuera de sí y a su paso se llevó por delante todo lo que
la princesa había colocado en el suelo, rompiéndolo en mil pedazos.
– ¡Ay! ¡Qué desgracia! ¿Qué voy a hacer ahora?… ¡No me queda nada para vender! ¡Mi esposo se va a disgustar muchísimo!
Regresó
con el saco vacío, sin vasijas y sin dinero. Cuando entró en casa, se
derrumbó y comenzó a llorar sin consuelo. Su marido fue muy tajante.
–
Tenía el presentimiento de que esto tampoco saldría bien, así que fui
al palacio del rey y le pedí trabajo para ti. Sólo hay un puesto de
fregona y tendrás que aceptarlo.
¡Fregona
en el palacio del reino! La princesa se sintió humillada ¡Seguro que el
rey y el príncipe eran amigos de su padre y la reconocerían!
Abatida,
entró en el palacio por la puerta de atrás, como corresponde al
servicio, y durante días fregó todos los suelos de mármol y las
escalinatas de arriba abajo. Al llegar la noche estaba tan agotada que,
después de una sencilla cena con el resto de sirvientes, se dormía
pensando en lo infeliz que era ahora su vida.
Dos
semanas después, el primer día de la primavera, el palacio se engalanó
para la boda del hijo del rey, al que la princesa convertida en criada
todavía no había visto por allí. Cuando comenzó la gran fiesta, dejó
los trapos y el cubo de agua a un lado y se escondió en un recodo del
salón. Al ver llegar uno a uno a todos los invitados, se sintió muy
desgraciada y no pudo evitar que las lágrimas recorrieran sus mejillas.
La mesa estaba llena de deliciosas viandas, las mujeres lucían sus
mejores galas y la música lo envolvía todo ¡Cuánto se lamentaba de haber
llegado a esta situación! Si no hubiera sido tan engreída, orgullosa y
déspota, estaría disfrutando de las comodidades y el lujo que la vida le
había brindado.
Estaba tan ensimismada que no se percató de que el príncipe se había acercado a ella por la espalda.
– ¿Me permite este baile, señorita? – le susurró con voz aterciopelada.
La
princesa se giró y dio un grito ahogado. El joven, aunque era apuesto y
desde luego muy refinado, tenía la barbilla ligeramente torcida ¡El
príncipe era Pico de Tordo!
Se sintió
tan abochornada que echó a correr por el salón. Estaba sucia,
despeinada y vestida con ropa vieja y descolorida. A su alrededor, los
ilustres invitados estallaron en carcajadas. La princesa se puso tan
nerviosa que tropezó y cayó a la vista de todo el mundo. Se tapó la cara
con el mandil y sus llantos fueron tan grandes que el salón enmudeció.
Entonces, notó que alguien le tocaba el hombro suavemente. Levantó la
mirada y ahí estaba el príncipe Pico de Tordo tendiéndole la mano.
–
Tranquila… Soy tu marido, el mendigo con quien tu padre te obligó a
casarte. Él y yo urdimos un plan para darte una lección. Me disfracé de
mendigo y me presenté en tu palacio porque queríamos que aprendieras a
valorar lo importante que es en la vida ser humilde y respetuosa con los
demás.
La princesa se levantó del suelo y clavó sus ojos en los del príncipe.
–
Lo siento mucho… Fui una estúpida y una orgullosa. Gracias a ti ahora
soy mejor persona. Perdóname por haberte insultado el día que nos
conocimos.
– Lo sé y me alegro de que así sea ¿Ves todo esto? ¡Lo he preparado para ti!
– ¿Para mí?… No entiendo… ¿Qué quieres decir?
–
Esta boda es la nuestra, la tuya y la mía. Anda, ve a darte un baño y a
vestirte. Las doncellas te acompañarán. Aunque ya estamos casados,
celebraremos el magnífico banquete que no tuviste y que ahora sí te
mereces.
La princesa se sintió en una
nube de felicidad. Atravesó el salón seguida de un pequeño séquito de
doncellas y criadas que la ayudaron a lavarse y a vestirse para la
ocasión. Cuando entró de nuevo en el salón, fue recibida con una gran
ovación ¡Estaba radiante!
Entre los
asistentes estaba su padre el rey, que por fin se sintió tremendamente
orgulloso de ella. Emocionada corrió a abrazarle y vivió el momento más
bello de su vida.
TRABALENGUAS
Hay
chicas chachareras que chacotean con chicos chazos. Y un chico mete al
chillón de la chepa un chichón por chirrichote, y el chiste, y lo
chocante, es que la chepa se le ha chafado con la hinchazón del chirlo.
2
Poquito a poquito Paquito empaca poquitas copitas en pocos paquetes.
3
Un tubo tiró un tubo y otro tubo lo detuvo. Hay tubos que tienen tubos pero este tubo no tuvo tubo.
4
Si la sierva que te sirve, no te sirve como sierva, de que sirve que te sirvas de una sierva que no sirve.
5
Tengo un tío cajoneroque hace cajas y calajas
y cajitas y cajones.
Y al tirar de los cordones
salen cajas y calajas
y cajitas y cajones.
6
Pablito piso el piso, pisando el piso Pablito piso cuando Pablito piso el piso, piezas de piso piso Pablito.
7
Treinta y tres tramos de troncos trozaron tres tristes trozadores de
troncos y triplicaron su trabajo, triplicando su trabajo de trozar
troncos y troncos.
8
¿Usted no nada nada?No, no traje traje.
9
¿Cómo me las maravillaría yo?
10
Compadre de la capa parda, no compre usted mas capa parda,
que el que mucha capa parda compra, mucha capa parda paga.
Yo que mucha capa parda compré, mucha capa parda pagué.
que el que mucha capa parda compra, mucha capa parda paga.
Yo que mucha capa parda compré, mucha capa parda pagué.
11
Del pelo al codo y del codo al pelo, del codo al pelo y del pelo al codo.
12
Ñoño Yáñez come ñame en las mañanas con el niño.
13
De Guadalajara vengo, jara traigo, jara vendo, a medio doy cada jara. Que jara tan cara traigo de Guadalajara.
14
Los hombres con hambre hombre, abren sus hombros hombrunos sin dejar de
ser hombres con hambre hombre hombruno. Si tú eres un hombre con hambre
hombre hombruno, pues dí que eres un hombre com hambre y no cualquier
hombre hombruno sino un hombre con hombros muy hombre, hombre.
15
El volcán de parangaricutirimícuaro se quiere
desparangaricutiriguarízar, y él qué lo desparangaricutiricuarízare será
un buen desparangaricutirimízador. LEYENDA
Una feliz familia vivía en un rumbo muy cercano a una transitada carretera, debido a esto la joven madre las acompañaba diariamente al colegio y caminaban las tres tomadas de la mano, teniendo especial cuidado al toparse con la mencionada carretera, las pequeñas hasta el momento no tenían permiso de cruzar solas.
La Leyenda de la Llorona
Es una de las más famosas Leyendas Mexicanas, que ha ha dado la vuelta al mundo, se trata de la de La Llorona, la cual tiene sus orígenes desde el tiempo en que México fue establecido, junto a la llegada de los españoles.
Se
cuenta que existió una mujer indígena que tenía un romance con un
caballero español, la relación se consumó dando como fruto tres bellos
hijos, a los cuales la madre cuidaba de forma devota, convirtiéndolos en
su adoración.
ADIVINANZAS
Mi tía Cuca tiene una mala racha,
¿quién será esta muchacha?
Me llamo Leo, me apellido Pardo,
quien no me adivine, es un poco tardo.
quien no me adivine, es un poco tardo.
En verano barbudo y en verano desnudo.
¿Qué soy?
¿Qué soy?
Cuando estoy al lado tuyo no me ves,
y cuando vuelo no me ves
¿Quién seré?
y cuando vuelo no me ves
¿Quién seré?
Unas son redondas, otras ovaladas,
unas piensan mucho y otras nada.
unas piensan mucho y otras nada.
De bronce el tronco, las hojas de esmeralda,
el fruto de oro, las flores de plata.
el fruto de oro, las flores de plata.
Tengo 4 dedos y 1 pulgar,
pero no llego a respirar.
pero no llego a respirar.
Siempre estoy entre las plantas, tengo brillantes colores,
el viento me va empujando a jugar entre las flores.
el viento me va empujando a jugar entre las flores.
¿Cuál es de los animales
aquel que en su nombre
tiene las cinco vocales?
aquel que en su nombre
tiene las cinco vocales?
Si lo escribes como es,
soy de la selva el rey.
Si lo escribes al revés
soy tu Papá Noel
Es la reina de los mares,
su dentadura es muy buena,
y por no ir nunca vacía,
siempre dicen que va llena.
Ven al campo por las noches
si me quieres conocer,
soy señor de grandes ojos
cara seria y gran saber.
Verde nace, verde se cría
y verde sube
los troncos arriba.
Murcia me da medio nombre,
una letra has de cambiar,
mas cuando llegues al lago,
mi nombre podrás terminar.
Tengo tinta y tengo plumas
pero no puedo escribir,
Tengo nombre de animal, cuando la rueda se pincha me tienes que utilizar.
Te la digo y no me entiendes, te la repito y no me comprendes.
Me gustaría ser tigre pero no tengo su altura, cuando escuches un "miau" lo adivinaras sin duda
Redondo soy como un pandero, quien me tome en verano que use sombrero.
CHISTES
Papá, ¿qué se siente tener un hijo tan guapo?.
- No sé hijo, pregúntale a tu abuelo...
Ramón, si supieras que voy a morir mañana, ¿qué me dirías hoy?
- ¿Me prestas 1000 euros, y mañana te los devuelvo?
Un ladrón a media noche se mete en una casa a robar. Entra por una ventana, y cuando está adentro en la oscuridad, oye una voz que dice:
- ¡Jesús te está mirando!.
Entonces, el ladrón se asusta y se detiene. Luego como ve que no ocurre nada continúa. Y de nuevo la voz le dice:
- ¡Jesús te está mirando!.
El ladrón asustado prende la luz y ve que la voz venía de un loro que estaba en una jaula, y el ladrón le dice:
- ¡Ahhh que susto me diste!. ¿Cómo te llamas lorito?.
Y el loro le responde:
- Me llamo Pedro.
- Pedro es un nombre extraño para un loro.
Y el loro le contesta:
- Más extraño es el nombre de Jesús para un Doberman.
Un niño le pregunta a su padre muy interesado.
- Papá, ¿cómo se sabe que una persona está borracha?.
- Pues fácil hijo, ¿ves esos dos hombres que vienen por ahí?. ¡Si yo estuviera borracho vería cuatro!.
- Papá, ¡si sólo viene uno!.
Va un borracho en moto y choca con una señal de tránsito. Entonces llega el policía y le pregunta:
- ¿Señor, no vio la flecha?.
El borracho responde:
- Ni al indio que me la tiró.
El marido, totalmente borracho, le dice a su mujer al acostarse:
- Me ha sucedido un misterio. He ido al baño y al abrir la puerta se ha encendido la luz automáticamente.
- ¡La madre que te parió!. ¡Ya te has vuelto a mear en la nevera!.
Entra un borracho a su casa todo manchado con lápiz labial por todos lados hecho un desastre, y la mujer le pregunta:
- ¿Pero qué te pasó?.
Y el borracho le responde:
- ¡No me vas a creer, me peleé con un payaso!.
Esto son dos amigos que se encuentran, y uno le dice al otro:
- Mi mujer, querido compañero, se pasa todas las noches de bar en bar.
A lo que el otro responde:
- Cuánto lo siento, ¿bebe mucho?.
- No, me busca.
Pepito le pregunta a su maestra:
- Maestra, ¿me castigaría usted por algo que yo no hice?.
- No Pepito, ¡por supuesto que no!.
- Qué bueno, porque no hice la tarea de hoy
La mamá llama a Pepito y le dice:
- Le dijiste a tu hermana que era fea, y esta llorando. Ve y dile que lo sientes.
Entonces, va Pepito y le dice a la hermana:
- Hermanita, siento que seas tan fea.
Estaba Pepito en el patio y su madre le dice:
- Pepito, ve a la tienda y tráeme pegamento.
Y Pepito le contesta:
- ¡¡No!!.
Y la madre le dice:
- Entonces te pego.
Y Pepito contesta:
- ¿Y cómo me vas a pegar si no tienes pegamento?.
La madre le dice a Pepito:
- A ver si te portas bien, porque cada vez que haces algo malo me sale una cana.
- Ahhh, entonces tú debiste haber sido tremenda, porque fíjate cómo está la abuela.
Le dice la mamá a Pepito:
- Pepito, ¿por que le pegaste a tu hermana con la silla?.
¡Porque el sofá estaba muy pesado!.
Una maestra nueva, trata de aplicar sus cursos de Psicología. Comienza su clase diciendo:
- Todo aquél que crea que es estúpido, que se ponga de pie.
Tras unos segundos de silencio, Jaimito se pone de pie.
La docente le pregunta:
- Jaimito, ¿crees ser estúpido?.
- No, señorita, pero me da pena ver que es usted la única que está de pie...
Jaimito le dice a su padre:
- ¡Papá, papá, tengo una noticia buena y otra mala!.
- ¿Cuál es la buena Jaimito?.
- ¡Que las he aprobado todas!.
- Muy bien, hijo. ¿Y la mala?.
- ¡Que es mentira!.
En una clase la profesora manda a los alumnos escribir una carta como si fueran el presidente. Todos se ponen a escribir excepto Jaimito. La profesora le pregunta:
- Jaimito, ¿por qué no estás escribiendo la carta?.
- Porque estoy esperando a mi secretaria.
Mamá, hoy en el colegio hemos aprendido a hacer explosivos.
- Muy bien, Jaimito. ¿Y mañana qué aprenderéis en el colegio?
- ¿Qué colegio?.
Mamá, hoy en el colegio hemos aprendido a hacer explosivos.
- Muy bien, Jaimito. ¿Y mañana qué aprenderéis en el colegio?
- ¿Qué colegio?.
Le dice la profesora a Jaimito:
- Jaimito, dime todas las formas verbales del verbo nadar.
Y Jaimito dice gritando:
- YO NADO, TÚ NADAS...
Y la profesora le dice:
- Más bajito, Jaimito.
Y Jaimito contesta:
- Yo buceo, tú buceas... En la escuela, le dice la profesora a Jaimito:
- A ver, Jaimito, ¿qué me dices de la muerte de Napoleón?.
Y Jaimito contesta:
- Que lo siento mucho, señorita.
El cura le dice a Jaimito en el confesionario:
- Jaimito, ¿quién está robando el dinero del cepillo de los domingos?.
- Padre, no le oigo nada.
- No te hagas el sordo Jaimito, sé que me escuchas.
- ¿Qué, padre?, ¿qué dice?.
- Jaimito, ¿fuiste tú quien lo robó?.
- Padre, no le oigo.
- Jaimito, ponte en este lado y me preguntas tú. Así te demostraré que sí que se oye.
- De acuerdo, padre.
Se cambian de posición, y Jaimito le pregunta al cura:
- Padre, ¿quién se está tirando a la hija del panadero de la esquina?.
- Pues es verdad que no se oye nada de nada...
- Jaimito, ¿quién está robando el dinero del cepillo de los domingos?.
- Padre, no le oigo nada.
- No te hagas el sordo Jaimito, sé que me escuchas.
- ¿Qué, padre?, ¿qué dice?.
- Jaimito, ¿fuiste tú quien lo robó?.
- Padre, no le oigo.
- Jaimito, ponte en este lado y me preguntas tú. Así te demostraré que sí que se oye.
- De acuerdo, padre.
Se cambian de posición, y Jaimito le pregunta al cura:
- Padre, ¿quién se está tirando a la hija del panadero de la esquina?.
- Pues es verdad que no se oye nada de nada...
La maestra le pide a Jaimito que dibuje un
huevo. Él empieza a dibujar y se mete la otra mano en el bolsillo,
entonces una de las compañeritas grita:
Qué tienen las mujeres una vez al mes y le dura 3 o cuatro días?.
El sueldo del marido. - Señorita, ¡Jaimito esta copiando!
¿Por qué los huracanes en su mayoría tienen nombres de mujeres?
Porque cuando se van, se llevan el carro, la casa, y tu dinero.
Porque cuando se van, se llevan el carro, la casa, y tu dinero.
La mujer está desnuda, mirándose en el espejo de la habitación. No está feliz con lo que ve y le dice al marido:
- Me siento horrible; parezco vieja, gorda y fea. Realmente necesito un elogio por tu parte.
A lo que el marido responde:
- Tu vista está cerca de la p - ¿Cómo vuelves loca a una mujer?.
- Regálale vestidos, joyas y cosméticos y enciérrala en una habitación sin espejo. erfección.
- Me siento horrible; parezco vieja, gorda y fea. Realmente necesito un elogio por tu parte.
A lo que el marido responde:
- Tu vista está cerca de la p - ¿Cómo vuelves loca a una mujer?.
- Regálale vestidos, joyas y cosméticos y enciérrala en una habitación sin espejo. erfección.
¿Por qué las mujeres se casan de blanco?.
Para hacerle juego al refrigerador, a la cocina, al microondas...
Para hacerle juego al refrigerador, a la cocina, al microondas...
Se encuentran dos amigos y le dice uno al otro:
- Pues mi mujer conduce como un rayo.
- ¿Tan rápida es?.
- Pues mi mujer conduce como un rayo.
- ¿Tan rápida es?.
- No, es que siempre va a parar a los árboles.
¿De dónde saca la leche Luke Skywalker?
- De Chewbacca.
- De Chewbacca.
- ¿Cómo se dice camarero en élfico?
- Eldelbar.
- Eldelbar.
- ¿Que le dice un gif a un jpg?
– ¡Anímate hombre!
– ¡Anímate hombre!
- Mamá, mamá, el el cole me llaman friki.
- ¿Y tú qué haces?
- Nada, pero me baja tres puntos el carisma.
- ¿Y tú qué haces?
- Nada, pero me baja tres puntos el carisma.
BUEN DÍA JÓVENES Y SEÑORITAS, REVISANDO SU BLOG, ENCUENTRO CINCO ERRORES EN LO CUAL LES RECOMIENDO TOMARLO EN CUENTA EN EL SIGUIENTE TRABAJO QUE REALICEN, PARA TODA INVESTIGACIÓN LEER PRIMERO ANTES DE COPIAR Y PEGAR TODO. EDITAR SU TEXTO PERO DE LA MANERA QUE SE VEA ANIMADA. SOBRE TODO JUSTIFICAR BIEN SU TEXTO. SU NOTA ES 16 SOBRE 20. POR ULTIMO ME ESCRIBEN SU NOMBRE EN EL COMENTARIO. GRACIAS, FELIZ INICIO DE SEMANA. RECUERDEN QUE LO QUE SE APRENDE SE APRENDE PARA TODA LA VIDA!!!!
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